La Consagración
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CONSAGRACIÓN
ROMANOS 12:2
Y no os adaptéis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, aceptable y perfecto.

INTRODUCCIÓN
En estos tiempos, en la vida de todo creyente genuino del Señor surge en su mente y corazón la pregunta: ¿qué es consagración?, debido a que el Señor continuamente por Su Palabra nos llama a la misma, utilizando poderosamente los ministerios establecidos por El. Las respuestas más generales que suelen decirse dentro del pueblo del Señor son:
Apartarse para Dios, amar al Señor de tal forma que no se peca, estar muy activo en la obra del Señor y automáticamente se es un consagrado (asistir a todos los cultos), tener poder de Dios.
También se nos amonesta con la frase «conságrate al Señor», pero el problema es que no se tiene totalmente claro lo que verdaderamente significa la consagración a un Dios Santo, Todopoderoso y grande en misericordia.
La consagración es muy importante, porque es la parte que a nosotros corresponde realizar y el Señor santifica; pues sin santidad nadie le verá (He. 12:14). De parte del Señor hemos sido llamados a la santificación (1 Ts. 4:7), la cual opera en nosotros por el poder que llevamos adentro ¡Aleluya! que es nuestro guía y consolador, nuestro querido compañero el Espíritu Santo (Ef. 3:16).

I — ES UNA OBRA DE DIOS
Cabe resaltar que no será nuestro mucho hacer, sino lo que el Señor obre o haga en nosotros. Como esto es para el alma, porque el espíritu del hombre ya está unido al de Cristo, el problema, por así llamarlo o para señalarlo, está en nuestra alma.
No son nuestras muchas obras, porque vemos claramente que toda buena obra ha sido previamente preparada por el Señor (Ef. 2:10). Es el Señor el que obra en nosotros para que hagamos lo bueno con aptitud (Heb. 13:21), puesto que El es el que pone en nosotros el querer como el hacer (Flp. 2:13). Gracias sean dadas a Dios, que es quien nos ha llamado y quien lo hará.

II — NUESTRA PARTE
Ante el llamado del Señor y sabiendo que todas sus promesas en El son sí, nuestra responsabilidad es obedecer (2 Cor. 1:20). Cuando nos dice la palabra «por medio de», denota un caminar y la consagración tendrá como fruto «el caminar en el espíritu»; pero esto es el final.
Es en el obedecer y en lo que hay que hacer para obedecer, en dónde está lo que nos impide vivir la consagración que Dios demanda de nosotros.
El Señor no es un Dios injusto, que nos pida algo que no podamos dar, porque para ello nos ha dado a Jesucristo y con El juntamente todas las cosas (restauración de nuestras almas).
Por ello es vital que nuestros pies estén firmes en la roca que es Cristo y que sepamos sus promesas, sabiendo que El es poderoso para sostenemos y guardamos sin caída.

Se hace necesario un cambio de actitud hacia las cosas que nos estorban, debiendo entender que nuestro Señor es Señor de todo y que nada escapa a su control. Todas las circunstancias, los dilemas en nuestra alma y nuestras caídas, únicamente sirven para mostramos la necesidad que tenemos de auxilio.
Un hombre consagrado es aquel que sabe que si el Señor no le ayuda, no logrará agradarlo; pero que está dispuesto a seguir a Cristo. Esto es tomar tu cruz cada día y seguirle por sobre todas las cosas. Inclusive cuando somos tentados, el Señor nos muestra allí que hay un área débil y El nos dará la salida; pero está en nuestra decisión obedecer o no a la voz de Dios.

III — HACERLO POR AMOR
Para amar a Cristo, es preciso creer lo que dice (1 Jn. 4:19). Esto garantiza que podemos amar, porque todo el que ama conoce a Dios (1 Jn. 4:7). Es preciso conocerle para poder amarle. Veamos un ejemplo: Cuando usted conoció, vio o supo de la que hoy es su esposa, la amó. Pero al pasar los años de convivir juntos, de conocerse, que es en la dimensión de la palabra cuando dice que Adán conoció a Eva (Gn. 4:1), se da cuenta que ahora la ama más; por cuanto la conoce o viceversa.
De manera que para obedecer a Cristo por amor, es preciso conocerle; tomando mucho realce la intimidad que cada uno pueda tener con el Señor. Por eso la consagración más que un conocimiento (logos) es una vida (Rhema).

a) RENOVAR NUESTRA MENTE
Es permitir que el Señor cambie nuestros pensamientos por los de Él. Es amar Su palabra y apresuramos a ponerla por obra.

b) CAMBIAR DE ACTITUD
Convertimos al Señor en todas las áreas de nuestra vida.
c) CREER QUE EL SEÑOR TIENE UN PROPOSITO PARA NOSOTROS
Es saber que todos sus pensamientos para nosotros son de bien, y que aun siendo llevados al desierto, lo hará para hablar a nuestro corazón (Os. 2:14). Aunque seamos metidos en la red, El nos bendecirá. (Sal. 66:8-12).

Nuestro Señor Jesucristo es el mejor ejemplo de un varón totalmente consagrado: sabiendo que después de la cruz llevaría muchos hijos a la gloria, la padeció. Podemos ver también Su ejemplo máximo de obediencia y su actitud santa delante del Padre en el Getsemaní, cuando dijo: Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa; mas no lo que yo quiero sino lo que tu (Mr. 14:32:42)

d) ACEPTAR LA VOLUNTAD DEL SEÑOR SOBRE LA NUESTRA
El mismo Señor dijo: la carne es débil, aunque el espíritu está dispuesto. Por ello nos dice que su poder se perfecciona en nuestra debilidad, porque es necesario entender y conocer lo que nos espera en Cristo, la esperanza de la gloria.

e) OFRECERNOS AL SEÑOR
Nuestro Dios es un Dios que se oculta y sólo lo encuentran los que lo buscan Por eso es necesario subir al monte del Señor para ofrecemos voluntariamente (Ro. 12:1). Debemos hacerlo conscientes, porque el Señor hará lo que se ha determinado hacer, porque todas las almas son de El (Ez. 18:4). Ahora preguntémonos ¿en qué manos estaremos mejor, en las del Señor o en las nuestras^ Es mejor presentamos ante él tal y como somos, porque Dios no puede ser burlado y El nos cambiará.
El Señor no tiene ni quiere títeres, sino hombre que conscientemente se acerquen a Él para nacerlo Señor de sus vidas. Esto es aceptar el señorío de Cristo.

f) CONSIDERARNOS Y VIVIR COMO PEREGRINOS
Esto conlleva saber que nuestra vida es como la hierba, que florece en la mañana y en la tarde ya no es. Entender que nuestra vida en esta tierra es como un soplo (1 P. 1:24).
Esto nos ayudará a estar siempre expectantes de lo nuevo que el Señor hará en nosotros, porque ha prometido que todas las cosas serán hechas nuevas (2 Cor. 5:17). Esto debe provocar en nosotros que los días que nos restan en la tierra los vivamos para el Señor. Esto es anhelar volver a nuestro Dios, de donde hemos venido (Fil. 3:20)

g) JAMAS CONFIARNOS NI APOYARNOS EN NUESTRA PROPIA PRUDENCIA
No debemos ser como Sansón que confió más en lo que Dios le había dado, que en Aquel que b llena todo. El Señor le habla a la iglesia de Éfeso, recriminándole que ha dejado su primer amor (Apoc. 2:4). Esto nos muestra que sin Cristo no podemos permanecer (Jn. 15:5).

CONCLUSIONES
1. Traigamos todas nuestras cargas, dudas, temores, hogar, trabajo y servicio a Cristo, a su santa presencia; pidiéndole que se haga Su voluntad en nuestra vida y estando dispuestos a que el Señor obre en nosotros, conforme su corazón. Debemos rogarle que nos haga entendidos y que nuestros ojos lo vean.

2. Subamos al monte como subió Abraham, en una mano la antorcha (tipo del Espíritu) y en la otra el cuchillo o espada (tipo de la palabra). Es la hora en que el Padre nos está buscando. Subamos al altar de Dios y hallaremos reposo para nuestras almas.

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