La Renovación de nuestra mente
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LA RENOVACIÓN DE NUESTRA MENTE
EFESIOS 4:17 (LBLA)
Esto digo, pues, y afirmo juntamente con el Señor: que ya no andéis así como andan también los gentiles, en
la vanidad de su mente.

INTRODUCCIÓN
Para que podamos realmente disfrutar de una vida en Cristo, es necesario que nos renovemos en el Espíritu de nuestra mente
(Ef. 4:23), para que podamos conocer cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta (Ro. 12:2) y en esa forma poder andar en el Espíritu, sin satisfacer los deseos de la carne (Gá. 5:16).

1) NO ANDAR CON VANIDAD DE MENTE
Pablo nos exhorta a que ya no andemos como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente. Esto quiere decir que también los cristianos que endurezcan su corazón, pueden llevar una vida alejada de Dios.
El dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo (2 Cor. 4:3-4), ya que después de que conocieron a Dios a través de sus manifestaciones irrefutables en sus creaciones, no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido (Ro. 1:18-32).

Cambiaron la verdad de Dios por la mentira y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen y después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza (Ef. 4:19).
Desde que Adán perdiera la batalla espiritual en el huerto del Edén, la mente del hombre quedó bajo la programación del maligno. Cuando Dios creó el espíritu del hombre, lo hizo perfecto y programado por Él y para El (Col. 1:16), aunque con libre albedrío para que tomara decisiones.

La comunión de Dios con el hombre se establece a través del Espíritu (1 Cor. 2:14). Por eso, después de la caída, sobreviene el caos para el hombre; debido a que muere espiritualmente, quedando sin comunión directa con Dios y a merced del diablo, quien empieza a reprogramar su alma a tal punto que lo hace su esclavo (1 Jn. 2:16; Jn. 8:34); extendiéndose la maldición del pecado a su cuerpo, el cual empieza a morir.

a) EL PODER DE LA MENTE
Si consideramos que el cerebro del hombre es una computadora, la mente vendría a ser la parte central de la misma, en donde están concentrados todos los programas que la hacen funcionar.
Toda la información que llega a nuestro cerebro, la percibimos por medio de nuestros cinco sentidos: la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto. Inmediatamente queda almacenada en algún espacio de ese formidable archivo que es la memoria.

Los resultados que se obtengan del manejo de esa información, dependerá de la calidad de los programas que han sido activados en la mente para su respectivo procesamiento y desarrollo. Es decir, que si el programa es bueno, los resultados serán buenos y si el programa es malo, los resultados serán malos.
El problema consiste entonces en eliminar la programación diabólica de nuestra mente, para que el Espíritu Santo renueve el programa original de Dios en nuestras almas, en un proceso de santificación.

b) LA RENOVACIÓN DE LA MENTE
Pablo encontraba que había una ley en sus miembros, que se rebelaba contra la ley de su mente (Ro. 7:23-25), lo cual era consecuencia de su vida anterior en la carne (Ro. 7:5); que aún no le permitía vivir plenamente bajo el régimen del Espíritu. Sin embargo, expresa con gozo que esto es posible para aquellos que están en Cristo Jesús, porque El nos ha librado de la ley del pecado y de la muerte (Ro. 7:6; 8:1-9). Es preciso entonces hacer morir en nosotros las pasiones y deseos de la carne (Col. 3:5), sin olvidarse que con la carne no se puede matar la carne, es decir, que no depende de nuestras propias fuerzas, sino de nuestro sometimiento al Espíritu Santo, obrando a través de nosotros (Ro. 8:13).

Es por eso, que debemos presentar diariamente nuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, debido a que es en nuestros miembros en donde se encuentra la ley que se opone a la ley de Cristo que está en nuestra mente (Ro. 12:1; 7:5,23).
Anteriormente, era necesario llevar a rastras al cordero que iba a ser sacrificado, degollándolo primero y luego quemando sus restos hasta las cenizas. Nuestro Señor Jesucristo nos sustituyó en su perfecto sacrificio, derramando hasta la última gota de su sangre preciosa en la cruz para el perdón de nuestros pecados y luego descendiendo vivo al infierno para ser ofrecido en holocausto, para que fuera consumada nuestra expiación total. Por esta razón, ahora tenemos que subirnos voluntariamente al altar, ya que es un culto racional.

Para poder agradar a Dios es necesario que sepamos cuál es Su voluntad para nuestras vidas y para eso es necesario que renovemos nuestro entendimiento (Ro. 12:2; Ef. 4:22-23). Debemos despojarnos del viejo hombre que está viciado conforme a los deseos engañosos, como consecuencia de nuestra pasada manera de vivir.
Debemos vestirnos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno (Col. 3:10).

Sólo en esa forma irá siendo eliminada de nuestra mente la programación diabólica que fuera impresa en nuestra alma, para que en un proceso de santificación el Espíritu Santo nos vaya renovando y nos pueda llevar a la perfección en el conocimiento de Dios.

CONCLUSIONES
1. Es imposible para aquel que no conoce a Cristo saber cuál es la voluntad de Dios. Cristo le da vida a nuestro espíritu y restablece nuestra comunión con Dios.
2. Para poder conocer la verdad de Dios para nuestras vidas, es necesario renovar nuestro entendimiento. Para esto, debemos hacer morir, por el Espíritu Santo, las obras de la carne.
3. Todo lo que hay en el mundo: los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida no proviene del Padre; sino del mundo. Y el mundo pasa y sus deseos, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre (1 Jn. 2:16-17).
4. Transformémonos por medio de la renovación de nuestro entendimiento para que comprobemos cual sea la voluntad de Dios, agradable y perfecta (Ro. 12:2).

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